Ser entrenadora de baloncesto es algo que pueden decir muy pocas mujeres, en la máxima categoría del baloncesto español, exactamente dos. Ambas de clubes del País Vasco, y esto no creo que sea casual.
En el resto de baloncesto femenino profesional o semi profesional, los números andarán igual. Que vivan total o parcialmente de entrenar un equipo, no les hace más o menos profesionales.
No dudo que la dedicación será mucha y quién trabaje, además, en otra profesión tendrá que dedicar horas del descanso a la tarea de preparar, estudiar y entrenar baloncesto.
En la base de la pirámide está el deporte escolar o categorías inferiores de clubes.
Aquí hay algunas entrenadoras en los equipos femeninos, y rara excepción en los masculinos.
A diferencia del entrenador de baloncesto, creo que pocas mujeres sueñan o aspiran a ser profesionales de este mundo. ¿Por qué? La posibilidad real de vivir como entrenadora de baloncesto es ínfima. Apenas hay mujeres referentes, y cuando las entrenadoras jóvenes están finalizando sus estudios o empiezan sus carreras profesionales, el baloncesto se va acabando. El tiempo es finito y hay que priorizar.
En mis más de 20 años como Orientadora Laboral, nunca me ha dicho ninguna mujer que su objetivo profesional fuera ser entrenadora de baloncesto.
Y sí, tener bajo tú responsabilidad a doce niñas o adolescentes es una gran responsabilidad, más aún actualmente que tenemos entre algodones a los menores.
Quién hace esto sin la perspectiva de que pueda llegar a ser su medio de vida, lo hace por una fuerte motivación al deporte de la canasta.
Aprender técnica, táctica, preparación física, aprender a enseñar, a motivar a un grupo de personitas, considerar sus diferencias y con todo ello hacer un equipo, conlleva mucho esfuerzo, mucha dedicación y mucha ilusión.
Aprender, aprender y aprender con la gran duda de si podrán seguir la temporada próxima entrenando.
Como dice mi admirado amigo Francis Tomé, somos profesionales en todo menos en el sueldo.
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