sábado, 23 de octubre de 2021

Ser entrenadora de baloncesto


Ser entrenadora de baloncesto es algo que pueden decir muy pocas mujeres, en la máxima categoría del baloncesto español, exactamente dos. Ambas de clubes del País Vasco, y esto no creo que sea casual.

En el resto de baloncesto femenino profesional o semi profesional, los números andarán igual. Que vivan total o parcialmente de entrenar un equipo, no les hace más o menos profesionales.
No dudo que la dedicación será mucha y quién trabaje, además, en otra profesión tendrá que dedicar horas del descanso a la tarea de preparar, estudiar y entrenar baloncesto.

En la base de la pirámide está el deporte escolar o categorías inferiores de clubes.
Aquí hay algunas entrenadoras en los equipos femeninos, y rara excepción en los masculinos.

A diferencia del entrenador de baloncesto, creo que pocas mujeres sueñan o aspiran a ser profesionales de este mundo. ¿Por qué? La posibilidad real de vivir como entrenadora de baloncesto es ínfima. Apenas hay mujeres  referentes, y cuando las entrenadoras jóvenes están finalizando sus estudios o empiezan sus carreras profesionales, el baloncesto se va acabando. El tiempo es finito y hay que priorizar.
En mis más de 20 años como Orientadora Laboral, nunca me ha dicho ninguna mujer que su objetivo profesional fuera ser entrenadora de baloncesto.

Y sí, tener bajo tú responsabilidad a doce niñas o adolescentes  es una gran responsabilidad, más aún actualmente que tenemos entre algodones a los menores.

 Quién hace esto sin la perspectiva de que pueda llegar a ser su medio de vida, lo hace por una fuerte motivación al deporte de la canasta.
Aprender técnica, táctica, preparación física, aprender a enseñar, a motivar a un grupo de personitas, considerar sus diferencias y con todo ello hacer un equipo, conlleva mucho esfuerzo, mucha dedicación y mucha ilusión. 

Aprender, aprender y aprender con la gran duda de si podrán seguir la temporada próxima entrenando. 
Como dice mi admirado amigo Francis Tomé, somos profesionales en todo menos en el sueldo.


         #MeGustaMiEquipo
         #Presentación

sábado, 25 de septiembre de 2021

Trabajar o no trabajar, he aquí la cuestión.


Hay personas que están buscando empleo y cuando llega el momento del sí quiero, se echan para atrás. Han estado en actitud proactiva (palabro de ultima generación) y pasan todo el proceso, primero de un itinerario si están en un servicio de orientación y después el propio proceso selectivo, pero cuando llega el momento no están convencidas del paso a dar.

Hay datos publicados de porqué pasa esto; expectativas no cumplidas, salario no conveniente, contraoferta de la actual empresa que no quiere que se marche a la competencia, o falta de consenso familiar para dar el paso, entre otras.

Estas razones se han constatado en relación a la media de la población, digamos población estándar. Ahora bien ¿Qué pasa si alguien en situación de pobreza, los mal llamados colectivos en riesgo de exclusión, rechaza un empleo?

El juicio es rápido, la gente es que no quiere trabajar.

¿Por qué una persona que vive con un subsidio, el ingreso mínimo vital o en el empleo sumergido rechaza un empleo con su contrato y todo?
La respuesta suele ir en la misma dirección, no quieren perder lo poco o poquísimo que tienen, y cualquiera, en su sano juicio, que estuviera en esa situación haría igual.

Si las condiciones del mercado laboral fueran otras con más garantías, otras serían las decisiones. Pero con contratos a media jornada y de 3 meses que son los que más abundan actualmente, quién arriesga lo poco que tiene. Nadie elige libremente una situación peor de la que tiene sin condicionantes tan gravosos.

Cuando sean compatible las ayudas y el empleo, cuando no se castigue el intentar salir de esa situación, habrá menos miedo y más posibilidades reales de la inclusión social a través del empleo.